Cuando un Dios te toca
Un Dios, un todopoderoso, un ser con poderes superiores… y tú, un ser normal. Creas o no la comparación resulta hasta imposible. Este verano escuchábamos que Plácido Domingo abusaba de su situación: el mayor tenor del mundo, uno de los directores de ópera más reconocidos, el compositor, el músico por excelencia en España aprovechaba su situación para abusar de las mujeres. Y repito el verbo, abusar, porque no hay palabra que mejor defina (diccionario en mano) hacer uso excesivo o inadecuado de una cosa en perjuicio propio o ajeno. Significa también excederse, extralimitarse, atropellar, violar… Cuentan, las ocho mujeres que se han atrevido a denunciarlo, que callaron por impotencia, porque no sabían si había salida, si las creerían, si hacerlo tendría repercusiones para ellas, si podrían hacer algo hasta ese inmenso poder…
Su explicación, la del artista, no tiene precio: dice que en aquellos tiempos los valores eran otros. No, señor Plácido, abusar en el sentido que apuntábamos unas líneas más arriba, y repito porque es importante ponerle palabras a la realidad y quiero además subrayar el hecho, es hacer uso excesivo o inadecuado de una cosa en perjuicio propio o ajeno, excederse, extralimitarse, atropellar, violar, no se ha permitido nunca. Sí es cierto que ahora empezamos a hablar y perder el miedo. El machismo ha sido tal que pensábamos que era normal ese pellizco en el culo, esa insinuación, roce, piropo o invitación. Legalmente hasta no hace mucho se «entendía» hasta el crimen pasional.
Con esas ocho mujeres en mi mente, con sus muchos años de silencio y dolor, pienso en las muchas que deben dormir con su maltratador. No me quito de la cabeza lo muy difícil que es decir «basta». Uno, está el miedo. Dos, la normailzación. Tres. el silencio cómplice. Cuatro, no saber qué pasará. Cinco, la autoestima derruida… Seis, los golpes (físicos o no), los abusos. Siete, ocho, nueve…más golpes, más miedo, impotencia y no saber cómo salir de esa espiral de violencia en las que están atrapadas.
El valor, señor Plácido es el de ellas. Las que le acusan y el de las mujeres que un día dijeron «basta» en sus casas, llamaron a un teléfono, a la policía, cogieron a sus niños y dejaron todo marcadas por ese machismo. Dejar todo significa salir de su hogar, entrar en un centro de emergencia sin que él sepa dónde estás, tener que enfrentarse a una nueva realidad con la autoestima derruida, contarle a policías, a la Justicia y a un innumerable número de doctoras, psicólogos y asistentes. Y ese valor es el que trabajan las mujeres que llegan a los centros de emergencia. Artistas, ellas.