El agua de la vida

El agua de la vida

El hecho de hablar del agua, “de la sangre de la tierra”, como la describió Leonardo da Vinci, nos conduce a dos realidades contrapuestas: la vida y la muerte. El agua es vida, es decir, va ligada tan estrechamente a la vida que un ser vivo puede morir en pocos días por deshidratación. “El agua vida, en palabras de Pedro Arrojo, Relator de Naciones Unidas para el derecho al agua, debe recibir la máxima protección”. En efecto, la Asamblea General de Naciones Unidas, en julio de 2010, declaró el acceso al agua como un derecho humano fundamental. El agua vida no debe ser considerada como un producto mercantil o financiero porque ampara a la propia vida y está íntimamente relacionada con el reconocimiento efectivo de otros derechos humanos, como el derecho al saneamiento, a la alimentación, o al medio ambiente sano.

Otra realidad bien distinta es el agua que causa, según datos de Naciones Unidas, más de dos millones de muertes al año en todo el planeta y afecta, especialmente, a la población infantil. El agua como vector de enfermedad y muerte se ensaña con la población empobrecida que vive junto a fuentes, ríos o lagos contaminados, víctimas de una paradoja letal: tienen acceso al agua que les causará la muerte. Por no hablar de las muertes ocasionadas por lluvias torrenciales que de forma recurrente asolan el planeta.

Porque el agua es fuente de vida y fuente de muerte produce cuando menos consternación observar la falta de transparencia en la gestión del agua a la que se quiere desviar del cauce de la vida, para convertirla en mal (y no bien) económico y financiero; someterla a normas del mercado cuyos responsables ignoran derechos y deberes, obligaciones y responsabilidades; un mercado cuyos amos se olvidan de las personas. Se olvidan, en definitiva, de que el agua debe seguir siendo fuente de vida.

Sunita, Alisha, Arya o Indira desconocen los millones de personas que mueren al año a causa del agua porque para ellas y sus familias el agua es vida. Si bien tienen acceso a un pozo comunitario de agua segura, la distancia de sus hogares les permite disponer de un lugar de encuentro diario alrededor del pozo, de su fuente de vida. Allí ellas hablan, comparten su día a día, sus alegrías, penas y esperanzas. Sus vidas toman un cariz distinto al atardecer, cuando todavía el sol impone su ley, porque ellas acuden presurosas en busca del agua y, además, de las palabras y vivencias compartidas, las cuales para ellas son, igualmente, fuente de vida.

Sunita, Alisha, Arya o Indira son conscientes de lo que significa, por ejemplo, una gota de agua en los labios resecos por el calor, el chapoteo infantil los días de lluvia, el sonido estruendoso de un fuerte chaparrón y, lo más importante, sentirse seguras porque disponen de agua suficiente para satisfacer las necesidades de sus familias.

A decir verdad, -susurra Alisha- nada mejor que los encuentros diarios junto al pozo que nos proporciona agua y vida.

Foto de portada ©: Javier Marmol

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