Desigualdad

El virus de la desigualdad cuesta vidas

El virus de la desigualdad es el título del informe que el pasado mes de enero dio a conocer la ONG OXFAM. Su subtítulo no deja dudas de lo que trata el documento: “Cómo recomponer un mundo devastado por el coronavirus a través de una economía equitativa, justa y sostenible”. En efecto, la pandemia, hasta la fecha, se ha cobrado más de dos millones de muertes y millones de personas sumidas en la pobreza y sin recursos para llevar una vida digna. La muerte y la pobreza nos enfrentan a una realidad -la desigualdad- que, si bien no es nueva, está adoptando matices dramáticos y pone al descubierto la fragilidad política, económica y social en la que nos encontramos inmersos. Sin embargo, esa fragilidad no nos acecha a todas las personas por igual.

No tenemos que mirar a lo lejos para convencernos de esa realidad. Cerca de nuestros cómodos y confortables hogares, podemos encontrar infraviviendas en las que la supervivencia es un milagro diario, o ver a familias enteras que a diario soportan la espera en las colas del hambre, en ciudades grandes, en pequeños y grandes municipios. Más allá de nuestras fronteras, miles de personas se ven obligadas a abandonar sus lugares de origen porque nada tienen, ni un atisbo de esperanza. La desigualdad ha hecho estragos -está haciendo estragos en todo el mundo- y el virus ha venido a golpear con más fuerza a quienes más sufren las consecuencias de la desigualdad.

Se diría que asistimos a la coexistencia de varios mundos que, como se señala en el informe de OXFAM, van desde el mundo de las fortunas que posee la exclusiva élite de las 2.000 personas milmillonarias, a otro en el que casi la mitad de la humanidad tiene que sobrevivir con menos de 5,50 dólares al día, pasando por el mundo en el que, durante 40 años, el 1% más rico ha duplicado los ingresos de la mitad más pobre de la población mundial y en el último cuarto de siglo ha generado el doble de emisiones de carbono que el 50% más pobre. Y a todo eso, no podemos olvidar ese otro mundo en el que también han aumentado las desigualdades raciales y de género. En pocas palabras: “Desde la irrupción del coronavirus, las personas ricas son más ricas y las personas pobres, más pobres”, según el informe de la ONG. O más claro: se ha producido un aumento sin precedentes de la desigualdad.

El coronavirus ha encontrado el terreno propicio para producir estragos en los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad porque en ellos el virus de la desigualdad campa a sus anchas. Y, ¿cómo recomponer un mundo devastado por el coronavirus e inmerso en una desigualdad galopante? La respuesta de Oxfam es clara: la desigualdad es evitable y “los Gobiernos deben priorizar la urgente necesidad de construir un mundo más justo y sostenible, y una economía más humana”, fijando metas y plazos concretos para reducirla.

Y ¿cómo conseguirlo? OXFAM afirma: “Los Gobiernos deben transformar con urgencia el actual sistema económico, que ha explotado y agravado el patriarcado, el supremacismo blanco y los principios neoliberales. Este sistema ha impulsado la desigualdad extrema, la pobreza y la injusticia”. Sin embargo, a los Gobiernos y a la ciudadanía se nos ofrece la oportunidad de iniciar esa transformación. La cita de Arundhati Roy que se recoge en el informe nos anima a ello:

«A lo largo de la historia, las pandemias han obligado a los seres humanos a romper con el pasado. Esta no es diferente. Es un portal, una puerta entre el mundo de hoy y el siguiente. Podemos optar por atravesar esa puerta arrastrando los cadáveres de nuestros prejuicios y nuestro odio, nuestra avaricia, nuestras bases de datos y nuestras ideas muertas, dejando atrás ríos muertos y cielos cubiertos de humo. O bien podemos cruzarla con paso ligero, con poco equipaje, preparadas para imaginar otro mundo, y para luchar por él”.

La desigualdad es evitable y su coste humano es a todas luces inmoral.

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