Empoderar, un antiguo verbo español
En muchas ocasiones oímos hablar de empoderar o leemos la palabra empoderamiento en textos diversos y suele producirnos cierto rechazo porque no entendemos bien su significado. Ciertamente, empoderar es un antiguo verbo español que la Real Academia Española (RAE) ha recogido con el significado de “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. Este verbo empezó a utilizarse en el ámbito de la sociología política. Asimismo, el término empoderamiento aparece recogido como “acción y efecto de hacer poderoso a un desfavorecido”. Vemos, pues, que una vez admitidos por la RAE tanto el verbo como su acción, nada nos impide usar empoderar y empoderamiento; quizá solo nos falte alguna aclaración al respecto para sentirnos seguros en el momento de utilizarlos.
En el Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, empoderamiento aparece definido como “proceso por el cual las personas fortalecen sus capacidades, confianza, visión y protagonismo como grupo social para impulsar cambios positivos de las situaciones que viven”. Su origen podemos situarlo en la década de los sesenta en los trabajos del pedagogo brasileño Paulo Freire en el ámbito de la educación popular. Posteriormente, en los años 70 se difundió con fuerza en el marco del desarrollo humano. Actualmente, es ampliamente utilizado por diversos movimientos feministas tanto para referirse al fortalecimiento de las capacidades personales como para lograr confianza a la hora de ocupar espacios económicos, sociales y políticos.
Enfoque feminista
En efecto, como se señala en el Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, “aunque el empoderamiento es aplicable a todos los grupos vulnerables o marginados, su nacimiento y su mayor desarrollo teórico se ha dado en relación a las mujeres. […] Desde su enfoque feminista, el empoderamiento de las mujeres incluye tanto el cambio individual como la acción colectiva, e implica la alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la posición subordinada de las mujeres como género”.
Con el paso del tiempo, el término empoderamiento se ha visto ampliado, desde su utilización en los análisis de género a aplicarse a colectivos vulnerables, al ámbito de la cooperación al desarrollo, así como en el trabajo comunitario y social. De hecho, ha pasado de ser un concepto “patrimonio de los movimientos de mujeres” a ser utilizado por las agencias de desarrollo, las Naciones Unidas, diversos representantes políticos… Los nuevos usuarios del término, sin embargo, carecen de un concepto unificado, a diferencia de numerosos grupos de mujeres que entienden que las desigualdades de género, es decir las desigualdades existentes por el mero hecho de ser mujeres, deben ser erradicadas mediante el empoderamiento, utilizando estrategias que propicien, tanto a las propias mujeres como a otros grupos marginados, incrementar su poder y acceder al uso y control de los recursos materiales, ganando así influencia para participar en los cambios sociales que les afectan.
Desde esta perspectiva, el empoderamiento supone un proceso por el que, como se señala en el citado diccionario, las personas toman conciencia de sus propios derechos, capacidades e intereses y los relacionan con los de otras personas, lo que les facilita su participación en la toma de decisiones desde una posición mucho más sólida.
Dos dimensiones
En el proceso de empoderamiento encontramos una dimensión personal y otra colectiva. La primera supone que las personas excluidas se empoderan aumentado su confianza, autoestima y capacidad para responder a sus propias necesidades. Con frecuencia, esas personas tienen interiorizados mensajes de opresión y subordinación respecto a sí mismas, hasta el punto de ignorar que son titulares de derechos inalienables, sean hombres o mujeres, lo que se traduce en baja autoestima. Empoderarse implica, por tanto, un proceso de concienciación para recuperar su autoestima y la creencia de que están legitimadas para tomar decisiones que les conciernen.
La dimensión colectiva del empoderamiento se basa en el hecho de que las personas tienen más capacidad de participar y defender sus derechos cuando se unen para lograr objetivos comunes. Un claro ejemplo lo encontramos en los procesos de empoderamiento llevados a cabo por grupos de mujeres cuyas estrategias de género han alcanzado altos niveles de éxito, conscientes de que juntas pueden alcanzar la tan deseada erradicación de las desiguales relaciones de género que se dan todavía hoy en todos los países, como se señala desde Naciones Unidas.
Esta manera de entender el empoderamiento de las mujeres no significa, como se destaca en el diccionario citado, el poder en términos de dominación, sino como el aumento de su propia autoestima, su educación, su acceso a la información y el reconocimiento real y efectivo de sus derechos, así como el control de diversos recursos materiales e intelectuales que resultan fundamentales para empoderarse.
En Luz Casanova los procesos de empoderamiento han sido una constante en los proyectos que se han llevado a cabo en sus casi 100 años de andadura y en los que se sigue trabajando actualmente, siendo la participación la base del empoderamiento, con el objetivo de que las personas relegadas, excluidas, desprotegidas, silenciadas… vean reconocidos sus derechos como seres humanos, siendo las mujeres una gran parte de las personas protagonistas de dichos procesos.
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