Gestación subrogada: un modo de violencia invisibilizada
Si tomamos el concepto de familia desde el enfoque más tradicional, una de sus funciones más importantes es la reproductiva, una cualidad que se vive, se observa y se interioriza desde la infancia y que se transforma de forma diferente siendo mujer u hombre.
En el caso de las niñas, todo lo que tiene que ver con el cuidado de personas es algo que se va incorporando a la identidad de mujer de forma totalmente naturalizada a través del juego y de la observación de sus hermanas, madres y abuelas.
En los niños, se les designa un rol para proveer de bienes materiales y de estabilidad a la familia, dando lugar a la figura del pater familias, el padre de familia, y se constituye de la misma manera, observando a sus iguales y a sus progenitores, y a todo lo que socializa. Es por ello que, en muchas ocasiones, al llegar a la edad adulta, no poder transformar ese imaginario y esa fantasía en algo real, como es tener un hijo o una hija biológica, supone un coste emocional muy alto que va cargado de frustraciones, decepciones, tristeza y rabia.
El mundo actual ofrece muchas posibilidades para que una pareja pueda cumplir aquello que considera necesario para sentirse completos y para perpetuar lo que tradicionalmente está definido como, lo nombrábamos al principio, la función reproductiva.
Hoy hablamos sobre la gestación subrogada, también denominada “vientre de alquiler”, como una de las formas de llegar a colmar esa aspiración. Desde el enfoque de los derechos de las mujeres y, en concreto, desde el enfoque de los derechos sexuales y reproductivos, esta forma de gestación no deja de ser la mercantilización del cuerpo, en este caso el de la mujer, y la compra de un ser vivo. Es la entrada del mundo capitalista, lleno de privilegios, ejerciendo un tipo de violencia muy invisibilizada y cuestionada por una gran parte de la población.
La gestación subrogada es una práctica de desigualdad social que suele ser ofrecida y planteada en países donde la situación económica y social está en clara desventaja frente a los países del denominado ‘primer mundo’. Se ejerce de forma “legalista” bajo el amparo de la ley en el país que la aprueba, con todo un entramado de negocios y agencias que obtienen amplios beneficios que no tienen nada que ver con lo que pueden llegar a recibir las mujeres que ofrecen sus cuerpos.
Suelen ser además mujeres carentes de derechos y que provienen de situaciones con una clara desventaja social y extrema vulnerabilidad a las que se les exige la total desvinculación emocional con el ser que portan en su vientre, algo totalmente incongruente. Hay además un amplio catálogo para poder elegir cómo quiero que sea ese niño o esa niña que va a nacer, prácticamente a la carta..
Esta alternativa es, por lo tanto, del todo cuestionable, pero vista como un mero negocio es “rentable” para algunos. Sigue siendo necesario un debate profundo a este respecto. Las mujeres que prestan sus cuerpos no lo hacen de forma libre, hay múltiples vulnerabilidades que las llevan a ello, y, aunque buena parte de la sociedad no lo quiera ver, como diría Simone de Beauvoir “el hecho de que exista una minoría privilegiada no compensa ni excusa la situación de discriminación en la que vive el resto de sus compañeras”.