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Las mujeres de mi vida

En enero, pocos días antes de mi 32 cumpleaños, cuando pensaba que nada podía superar el 2020, mi vida explotó por los aires (literal y figuradamente). Durante unas semanas, sentí que la explosión que había conmocionado la que hasta ese momento pensaba que era mi vida, me había dejado destrozada, perdida, con el desasosiego propio del desamor.

Qué equivocada estaba, amigas.

Y qué satisfacción cuando una se permite reconocer que no, que no está en absoluto destrozada, ni perdida, sino que está probablemente más entera, lúcida y en paz que nunca. Que la vida de una, es sólo de una, y que lo que, a veces, creemos que es vital y necesario para vivirla, no es más que un accesorio, muchas veces transitorio, y, en ocasiones, insignificante.   

Tantas veces he escuchado estos meses eso de: “ya vendrá otro”, o: “él no era el hombre de tu vida”. Me da la risa. Desde luego que no y, la verdad, no puede importarme menos. Porque si algo he aprendido este año, es que lo fundamental en la historia de cualquier mujer, no son los hombres de su vida, sino, precisamente, las mujeres, hermanas, de sangre o elegidas, amigas y compañeras de vida.

Esas que siempre te van a hacer sentir protegida y que te achuchan por la noche cuando la ansiedad no te deja dormir. Esas que matarían por ti. Esas que te ponen a todo volumen una de tus canciones favoritas cuando lo que quieres hacer es llorar, pero lo que necesitas es bailar. Esas que se presentan en tu casa con flores para celebrar que te has quitado un muerto de encima, o con un palo santo para echar las malas vibras. Esas que te organizan una fiesta en cuánto te descuidas. Esas que te tumban en el diván, te confrontan con quién eres y te aligeran el equipaje. Esas que te llevan a una isla y te hacen recordar que la vida es divertidísima y que hacía mucho, pero mucho tiempo, que no disfrutabas así. Esas que escuchan pacientemente una y otra vez la misma historia sin juzgarte y se reparten el peso de tu mochila. Esas que te hacen sentir orgullosa de quién eres y afortunada de tenerlas.

Hermanas, de sangre o elegidas, amigas y compañeras de vida.

Ya está bien de que vivamos nuestra vida pensando que la felicidad depende de un otro. Basta ya de que nos creamos el cuento de que nuestra vida se define y gira en torno a ellos.  

Ya va siendo hora de reconocer que son precisamente ellas, y nosotras, las mujeres de nuestra vida, las que le damos todo el sentido. Nosotras y nuestras ganas de cuidar-nos, es lo que nos sostiene y lo que verdaderamente merece la pena poner en el centro.

Y allá ellos, los que menosprecian precisamente nuestra manera de cuidar y los que no están a la altura de nuestra forma de amar. No saben lo que se pierden, y de verdad que no importa, mientras nosotras sí sepamos todo lo que ganamos.

Autoría

  • Marta Maqueda Montón

    «Feminista recalcitrante, apasionada del baile y la música. Amante de la diversidad y convencida de que toda revolución empieza por una misma»