Las personas en el centro del estudio
Alonso, Arantxa, Hannya, Amir, Elena, Reme, Camilo y un largo etcétera de personas, todas ellas usuarias de diferentes recursos de la red FACIAM, de la que forma parte la Fundación Luz Casanova, participaron en el estudio cuyo objetivo era analizar las consecuencias de la COVID-19 en la salud, la calidad y las condiciones de vida de las personas sin hogar en España, profundizando en las transformaciones generadas por la pandemia en las trayectorias vitales que conducen al sinhogarismo.
Se trata del estudio “EXCLUSIÓN SOCIAL Y COVID-19. El impacto de la pandemia en la salud, el bienestar y las condiciones de vida de las personas sin hogar”, basado en las respuestas obtenidas de quienes han participado en la investigación; esas personas, sin hogar y en riesgo de exclusión residencial, son las que constituyen el eje central del trabajo coordinado por la Secretaría Técnica de FACIAM y un equipo de investigadores del Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación de la Universidad Complutense de Madrid.
Más allá de la información cuantitativa, sin duda imprescindible para abordar una realidad multidimensional como es el sinhogarismo, “las biografías individuales acaban determinando cuáles son los factores determinantes, adyacentes o consecuentes a las situaciones que rodean a las personas sin hogar”, como se afirma en el estudio. Además, probablemente, ni Félix, ni Mamen, como tampoco Eduardo, Fanny… sepan que sus declaraciones sinceras y sentidas constituyen piezas fundamentales en la difícil trayectoria del reconocimiento de los derechos humanos a todas las personas, en este caso concreto, el derecho humano a una vivienda digna.
Las personas entrevistadas nos hablan de realidades que llevan a situaciones de riesgo como dormir en la calle, permanecer en alojamientos colectivos, estar en viviendas inadecuadas o inseguras y, sin embargo, como afirma un entrevistado: “No nos engañemos, esto no le importa a nadie… ¿Quién mira a uno que está tirado en la calle, que huele mal, que está sucio… Nadie”.
Conmueven, por ejemplo, las palabras de una mujer, joven, en situación de sinhogarismo: “Yo entiendo que lo mío no es tan importante, pero para mí lo es. Imagínate no reconocerte al mirarte… A veces me es insoportable”; o las de otra mujer, sin hogar, víctima de malos tratos: “Me han pegado, sí. Muchas veces. Pues es que la calle es un peligro”.
Los testimonios que leemos en el citado estudio no deberían dejarnos indiferentes porque, junto a la frialdad de los datos y los porcentajes, hablan las personas entrevistadas de dignidad -“tan sencillo como sentirte una persona”, como afirma un entrevistado-, de múltiples soledades, de marginación y exclusión, de “racismos administrativos”, de espiritualidad “reconfortante”, de la necesidad del apoyo social para aligerar un complicado camino cuya meta no significa solamente encontrar una vivienda, sino ir más allá y encontrar “un hogar que cobije las dimensiones del ser humano” como se destaca en el informe.
Las personas constituyen la parte central del referido estudio y deben ser escuchadas por ser víctimas de situaciones injustificables, de realidades cotidianas que transforman sus vidas en una constante lucha por su supervivencia; personas, en definitiva, que no ven reconocido su derecho a una vivienda digna.