Lo que no se ve

Lo que no se ve

Hace seis años empecé a colaborar en el departamento de comunicación de la Fundación Luz Casanova. Mi trabajo consistía en dar a conocer la labor que otras hacían, aquellas que estaban en contacto directo con las personas sin hogar, las que trabajaban con las mujeres maltratadas, con las adolescentes… ellas me contabas y yo escribía.

En algunas ocasiones, pocas, he sido yo quien ha escuchado en primera persona la historia de estas mujeres, valientes mujeres que habían sido capaces de romper el circulo de la violencia. Coger a sus hijos, una pequeña maleta y cerrar la puerta de sus casas en busca de una vida nueva lejos del dolor y la violencia, sabiendo que en algunos casos también huían de la muerte.

Las primeras que entrevisté eran mujeres jóvenes, entre los 30 y los 40, unas eran españolas otras extranjeras, unas tenían una educación sencilla, otras habían pasado por la universidad y tenían sus carreras. Todas habían sido víctimas de la violencia física: palizas, un brazo roto, una bofetada delante de los hijos, una mandíbula rota… de todas estas historias de vida creo recordar que la que más tiempo había durado eran siete años. No es poco, siete años de miedo, violencia, dolor… no es poco.

Luego descubrí la violencia que sufrían las chicas adolescentes. Me costó entender que después de todos los años, de todo el recorrido del feminismo para empoderar a las mujeres, ahora ellas fueran víctimas de la violencia machista. Pero lo eran y además lo justificaban: justificaban el control del móvil, los celos, la intromisión en su forma de vestir, el aislamiento de las amistades, hasta la primera bofetada, todo era porque la quería, y además “él era así” pero se querían. En la Fundación se las escucha, se las acompaña y se las ayuda a entender que  si te pega no te quiere, que si duele no es amor.

Más tarde, hace sólo un par de años entrevisté a tres mujeres mayores: Aurora, Lucia e Isabel, de 75, 70 y 71 años. Con media de 35 años de vida con su maltratador al que habían abandonado hacia años, Aurora a los 50, Isabel a los 61 y Lucia vivió con su maltratador hasta que esté murió. El camino no había sido fácil pero habían rehecho su vida, aunque a Isabel aún se le quebraba la voz cuando contaba como la había maltratado a lo largo de toda la vida: aislándola de sus amistades y su familia, controlándola el teléfono y el dinero, minando su autoestima, insultándola y diciéndola que ella no sabía que no valía nada y esto a pesar de ser ella quien llevaba el dinero a casa porque era funcionaria de un Ministerio y él estaba sin trabajo… cuando decide dejarlo intenta atropellarla con el coche. Nunca dejo heridas ni moratones en la cara, pero cuando se separó a los 61 años tuvo que buscar ayuda y hacer un largo camino para rehacerse como persona.

Ninguna de las tres ha encontrado el apoyo de la familia, que piensan que a esa edad lo que tienes que hacer es aguantar. “No es mala persona, tiene el carácter fuerte. Aguanta”. Es lo que suelen aconsejarlas hijos y familiares.

Y yo pienso en lo que es toda una vida, toda una vida, de insultos, de vivir con miedo, de falta de cariño, de sentir que se te va la vida y el compañero que debería caminar a tu lado te esclaviza, te agrede, te anula….

Pienso en cuantas mujeres mayores viven esto en sus vidas porque es “lo que tenía que ser”. Cuántas mujeres mayores viven el aislamiento, el dolor, la soledad en el interior de sus casas, aisladas de la sociedad detrás de una puerta, de una ventana cerrada.

Por eso cuando la Fundación puso en marcha el proyecto “Mírame soy visible” me pareció una buenísima idea. El proyecto incluye una exposición con fotografías de mujeres tras los postigos de las ventanas, hay que abrirlos para que entre la luz y poder conocer las historias, largas historias de mujeres maltratadas a lo largo de su vida, aunque sus heridas no se vean, aunque la huella que esos golpes dejan sea invisible a los ojos de las demás.

Autoría

  • Charo Mármol

    Soy comunicadora de profesión. Felizmente jubilada del trabajo reglado, pero no del oficio de comunicar y denunciar las injusticias sociales. Utópica empedernida me encanta dar a conocer las pequeñas luces que surgen en todas partes y nos ayudan a creer en ese otro mundo posible