Los estragos del paréntesis educativo
Susi y su hermano Ernesto hoy tampoco irán al colegio. Llevan más de 365 días sin pisar su escuela. Tampoco irán ni mañana, ni pasado… Nadie sabe a ciencia cierta cuándo reabrirán los centros escolares y los institutos de la mayor parte de los países de América Latina y el Caribe, regiones en las que el COVID-19 está haciendo estragos en el ámbito de la enseñanza.
Anita, su madre, se afana en hacer un hueco en sus ya arduas tareas domésticas intentando que sus dos hijos en edad escolar se concentren unas pocas horas al día para no olvidar los conocimientos adquiridos en la escuela y avancen algo, “aunque sea solo una chispita”, comenta la madre. Difícil resulta la concentración en una diminuta vivienda ubicada en uno de los muchos asentamientos que rodean la ciudad de Lima, sin luz eléctrica y con tres hermanos que revolotean sin parar a su alrededor.
Esta situación se repite en muchos países latinoamericanos. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), unos 160 millones de escolares llevan más de un año sin asistir a la escuela. Cerca del 60% de niños, niñas y adolescentes han perdido un año escolar, según UNICEF. Muchas escuelas ni siquiera cuentan con las condiciones básicas para impartir clases: algo tan elemental como una buena ventilación o servicios básicos de saneamiento e higiene. La conexión a Internet, ni remotamente se espera.
En algunos países latinoamericanos se han improvisado escuelas al aire libre ante la incertidumbre de la fecha de apertura de las instalaciones educativas. Ecuador es un ejemplo. Allí no son los maestros los que imparten las clases sino chicos y chicas adolescentes cuya concienciación acerca de la importancia que supone el aprendizaje, les impulsa a practicar una nueva forma de voluntariado: hacen las veces de maestros para que la población infantil y adolescente con mayor riesgo de exclusión, en la medida de lo posible, no pierdan el curso.
El hecho de no ir a la escuela tiene, además, para los grupos vulnerables repercusiones colaterales tan graves como no tener acceso a alimentos nutritivos. Uno de los países más afectados es Guatemala cuya tasa de desnutrición infantil es la más alta del continente: uno de cada dos niños/niñas padece desnutrición. Los agricultores de varias zonas rurales del país han reaccionado ante el prolongado cierre de las escuelas y se han organizado para realizar entregas periódicas de productos, cultivados por ellos mismos, a aquellas familias cuya situación de vulnerabilidad se ve agravada por la inseguridad alimentaria.
Los estragos del paréntesis educativo repercuten también en el abandono escolar de adolescentes, embarazos a edades tempranas o la ampliación de la brecha digital, por citar algunos que aparecen reflejados en el informe de la CEPAL. En pocas palabras, los estragos del paréntesis educativo se traducen en el ascenso desenfrenado de la desigualdad y en el evidente retroceso en avances logrados en el ámbito de la educación que, hasta hace poco, dábamos por consolidados no solo en América Latina y el Caribe, sino en el resto de los continentes.