Mayor sí, tonta no
Andaba yo una temporadita dando vueltas a la idea que contiene este título por varios motivos que me han acontecido a lo largo de los últimos meses, inimaginables para mí. Como digo, andaba dando vueltas a este título cuando he leído la entrevista que publican a Anna Freixas en El País: “Déjame ser vieja, orgullosamente vieja” por el libro que ha escrito, Yo vieja (publicado por Capitán Swing). No lo he leído todavía, pero ya lo tengo en la lista de pendientes. Porque sí, mire por donde las personas mayores, las mujeres jubiladas, también tenemos listas de cosas pendientes para hacer, porque nuestra vida sigue siendo bastante activa.
Dice Freixas en el diario: “En una residencia u hospital desaparece tu vida, tu pasado, ya no eres una periodista interesante, una cómica estupenda o una costurera maravillosa. Somos gente que hemos aportado a la sociedad y de repente nos encontramos con el borrado de nuestro pasado”. Y yo me atrevo a añadir, y casi el borrado de nuestro presente. Quizás a quienes no hayan cumplido los 65 años, sobre todo mujeres, o no hayan pasado los 70, les sea difícil entender lo que voy a contar porque parece bastante absurdo e incomprensible.
Dentro de nada cumpliré los 68 y si les digo que me encuentro fenomenal, espero que me crean. Es cierto que soy consciente de cosas de las que antes no era consciente: soy consciente de que tengo rodillas, caderas, codos y hombros… Si por casualidad esto lo lee alguien menor de 40 años, si lo piensa, será consciente de que tiene todos esos miembros, pero por las mañanas se levantará sin pensar para nada en ellos. Yo no. Los saludo cada amanecer y siento que van conmigo, a veces dolorosamente conmigo. Antes tenía mucha fuerza y era capaz de hacer todas las cosas manuales de la casa y mover cualquier aparato o artilugio que se me pusiera por delante. Ahora tengo que pedir ayuda… Todas estas cosas y algunas más son el pago por el paso del tiempo, por los años cumplidos o como diría Freixas, por ser vieja, yo digo mayor.
Con el paso de los años he ganado en muchas cosas: cada vez he tenido más claro lo que de verdad es importante en esta vida y he aprendido, siempre lo intuí, que el valor de las cosas no tiene que ver con el precio, y que una de las cosas más valiosas son las amigas, a veces también algún amigo, pero las amigas no tienen precio, por eso valen tanto.
Hace tiempo, cuando me cedieron por primera vez el asiento en el autobús fui consciente de que empezaba una nueva etapa en mi vida, o al menos así lo viven “los otros”. Sin embargo, no pensé que tan pronto iba a ver “mi pasado borrado”.
Unos días antes de la pandemia cambie de zona de residencia. He tenido que ir cambiando también mis lugares de referencia: biblioteca nueva, médicos nuevos, peluquería nueva…Y he encontrado una peluquera agradable, muy amable… Mientras me corta el pelo (es a lo único a lo que voy) me aborda con mil preguntas: ¿Cómo he llegado a la peluquería? ¿He ido en coche, en autobús? Contesto que en coche porque vivo en una urbanización lejos del pueblo. Y su asombró es mayúsculo, ¿pero tú conduces? (Eso sí, a pesar de que me ve mayor ella me tutea como si nos conociéramos de toda la vida). “Sí, conduzco, desde los 18 años y además vengo en coche desde Madrid”. Son más de 450 kilómetros. No pude hacerle una foto a la cara de asombro que puso al ver que una persona como yo, tan mayor, podía venir conduciendo. Posiblemente pensó que era un peligro publico
Si además de conducir tienes un problema en el coche, eres mujer, mayor, y lo llevas al taller, el problema posiblemente se convierte en un problemón. Va a hacer casi un año, tuve una avería en el coche y lo llevé a arreglar. No voy a contar todos las idas y venidas y el tiempo que estuvo retenido en el taller. Resumo. Después de quince días de llamadas y más llamadas, el mecánico me dio un presupuesto de 2.500 euros mínimo porque había que cambiar una pieza y eso sin el IVA ni mano de obra. ¡¡Dios, qué fácil engañar a una mujer mayor cuando se trata de coches!! Pero esta mujer mayor era hija de padre camionero y algo aprendió de él. Me llevé el coche a un lugar recomendado y la misma tarde me lo arreglaron por 170 euros.
Hace poco nos acercamos mi amiga, que ya ha pasado los 75, y yo a comprar aquí uno auriculares que teníamos en Madrid. Y digo teníamos porque existen. Le explicamos al vendedor lo que queríamos: nos miró con cara de “pobrecitas no saben lo que dicen”. “Señoras eso no existe”. “Existe y nosotras lo tenemos”. “Miren (este si nos trataba de usted), llevo muchos años en el sector y les digo que no existe”. Y el tema no era lo que decía, sino lo que ocultaba en su condescendiente manera de tratarnos… Nos fuimos con la sensación de ser consideradas tontas, como mujeres que no sabían de que estaban hablando… Mujeres, mayores y tecnología… Una combinación difícil de encontrar.
Por supuesto puse una queja al taller y no volvimos más a la tienda de los auriculares. Pero voy constatando que quizás voy a tener que ser más comprensiva con la imagen que los demás tienen de mí. Acabo con una anécdota de mi amiga, la de los 75 años, pero con la cabeza puesta en su sitio y que, en su otra vida, donde si contaba y era tenida en cuenta y respetada, fue una intrépida reportera. La acompañé a una consulta médica. En esta ocasión el médico pasó olímpicamente de ella y se dirigía a mí, al fin y al cabo, soy nueve años menor. Suerte que no nos acompañaba un varón y joven, un supuesto hijo nuestro, porque entonces el ninguneo hubiera sido a las dos. Seguro.
Estoy indignada. Este es el resumen. Cansada de que me hablen con condescendencia, con una falsa atención, como si fuera tonta y no entendiese el mundo que me rodea. Con infantilismo.
Quiero reivindicar y no sólo por mí, sino por tantas y tantas mujeres mayores que lo han dado todo y ahora son tratadas con condescendía, el derecho a hacernos viejas, pero con dignidad, el derecho a vivir según nuestros deseos y nuestro momento. Porque como afirma Anna Freixas, somos “las mismas que luchamos y conseguimos el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de violencia de género y tantos avances…”. Y somos las que hoy seguimos luchando por tantas cosas que quedan por conseguir como, por ejemplo: unas pensiones dignas, pensiones que gran parte de los llamados Yayosflautas han conseguido, pero que luchan para que sus hijos y nietos los puedan disfrutar, por dejarles un mundo más humano, solidario y habitable.
Mujer sí, mayor también, pero tonta no.