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Mi pandemia eres tú

«Lo esencial es invisible a los ojos (*)»

Viajé en horas punta en autobús y en metro con la frecuencia que permitía mi limitada economía y podía escapar de tu obsesiva vigilancia. Cuando alguien se tocaba la frente o tosía sospechosamente, me acercaba sigilosa, bajándome con disimulo la mascarilla.

«¿Dónde has estado hoy?», rugías en cuanto llegabas. «Te llamé a las dos y a las tres y no estabas aquí, en casa». «Yo… fui… Yo…», murmuraba, segura de que la tercera cerveza comenzaría a poblar de negros nubarrones tu voz y tus ojos. «Me llamó Chari y…». «¿No sabes que hay pandemia y que no debes…? Con salir yo para mi trabajo ya nos vale a ti y a mí». «Es mi hermana, y yo…». «Mira, mejor cállate, que la vamos a tener…».

Esa vez tuve suerte. El punto y aparte fue una bofetada. La bronca se saldó con un empujón y tu letanía de insultos. Todavía conservaba el moratón en el ojo, recuerdo de la reprimenda del domingo anterior, tras el 0-3.

 En cuanto supe que José y Carmen, los ancianos de abajo, tenían fiebre y parecía que…, comencé a bajar a su casa a cuidarlos. Me habían confiado una copia de sus llaves. «Pero Lolita, chiquilla, que te podemos contagiar, ya nos apañaremos… Y ponte la mascarilla y los guantes…». Y yo que no. Les hacía la comida, limpiaba la casa y los mimaba con los mismos o más besos y abrazos que les daba antes de…

 Cada noche, antes de que llegaras, me tomaba la temperatura con el viejo termómetro de mercurio, el único recuerdo de mi madre que había sobrevivido a tus frecuentes tormentas. El lunes tampoco tuve suerte. Treinta y cinco y medio.

El miércoles, sin embargo, mi dolor de huesos era diferente. El primer café no me supo a nada, ni encontré el aroma de la naranja que mondé ilusionada. El termómetro me dio la razón. Treinta y nueve y décimas. Mi frente ardía. A pesar del dolor de cabeza, sonreí satisfecha. Ya no salí a la calle quebrantando la cuarentena ni fui a ver a nadie. No era eso.

 Por la noche volvieron a llover bastos. Otra bronca en el banco. Te devolví un apasionado beso por cada bofetada. Fueron legión. No sabías qué estaba pasando. «Qué querrás tú hoy, cacho guarra, te voy a dar lo tuyo y lo de tu hermana», me dijiste, arrojándome sobre la cama. Me violaste una vez más, como a una perra. Me dejé hacer sin cesar de buscar tu boca una y otra vez.

 Dos días después, ya no te pudiste levantar. Eras grupo de riego por mucho que lo negaras. El sudor perlaba tu frente, te ahogabas y apenas balbuceabas: «Llama a…, llama a… La pandemia…».

  «Mi pandemia eres tú», te escupí antes de escamotearte el móvil y tomarme otros dos paracetamoles. Sonaba Un ramito de violetas en la radio. Sonreí dolorida. Cerré la casa con llave y llamé para vinieran a buscarme. «… Pero ponte doble mascarilla y guantes, Chari. Te espero abajo».

(*) El principito. Antoine de Saint-Exupéry

  • Este relato, junto con los calificados como 20 mejores por el jurado, será publicado en un ebook que editará libros.com. Será un libro on line abierto y sin coste, una forma de expresar nuestro más absoluto rechazo a la violencia machista.

Autoría

  • Juan Carlos Rincón Ares

    Primer premio del V Concurso de Relatos Breves contra la Violencia de Género de la Fundación Luz Casanova.