Si no se puede bailar, tu revolución no me interesa
Sorodidad: soros, traducido como hermandad, a lo que se suma un sufijo -dad que indica la pertenencia al grupo. La sororidad es un valor, como la fraternidad, pero vinculada a la unión, respeto y amor entre el género femenino.
Hacía bastante tiempo que no vivía una de esas noches que empiezan sin muchas pretensiones y acaban repletas de anécdotas que te van a acompañar en la oficina durante toda esta asfixiante semana de julio.
Era sábado, Mery, Irene y yo empezamos a calentar motores en mi casa, escuchando música, recordando historias y bebiendo unas copas. Al principio, todo apuntaba a que íbamos a acabar apalancándonos en casa sin ni siquiera salir a ningún sitio. Pero como dice el refranero español: “no dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy”.
Entramos en la discoteca y como señal divina empieza a sonar «Maniac» de Michael Sembello. La noche promete. Decidimos quedarnos en la sala que parecía más bailonga. Llevamos un rato a lo nuestro cuando, de repente, empezamos a sentirnos empujadas por un grupo de mujeres que estaba a nuestro lado. Al principio me mosqueo un poco, cuando me doy cuenta de que no son ellas las que están haciendo por empujarnos, sino que 4 tíos se han metido en medio, haciendo que ligan con ellas, agarrándolas y apropiándose del espacio ocupado por todas. Una de las mujeres nos mira con cara de agobio, mi amiga y yo ni lo pensamos dos veces: “Oye, no podéis venir aquí arrasando. Estamos a nuestra bola. Respetad nuestro espacio e iros a otra parte”. Uno de ellos se mofa, otro se queda perplejo. A los pocos minutos se habían ido todos, entendiendo que allí, y con nosotras, no tenían “nada que hacer”. Las mujeres se ríen y celebramos la victoria bailando con ellas la siguiente canción.
De repente, «follow the leader» empieza a sonar y tres chicas nos invitan a seguir su coreografía, sin pensarlo, nos entregamos a la causa y empezamos lo que será una bella y fugaz historia de amor. Como si fuera lo más natural del mundo nos pusimos a bailar y a charlar con ellas durante toda la noche, éramos “tres pa’ tres”. Nuestras nuevas amigas no tenían reparo en invitar a la gente a cantar, utilizando una rosa que traían a modo de micrófono y aplaudir y elogiar a todas las que se animaban a bailar con nosotras. Así era como íbamos sumando a otras mujeres a nuestra fiesta pagana, en la pista de baile, en los baños, en la barra. Íbamos contagiando esta energía y este subidón de autoestima con toda aquella persona que se cruzara. Se rompía la rosa, otra mujer nos regalaba la suya, alguien se quería ir a casa, no podía irse sin una ovación grupal y una baile final, una tía se dejaba el bolso en el seca manos, otra daba con ella para devolvérselo.
Marta, Nines y Natalia. Me apunté sus nombres en el móvil porque quería precisamente recordarlos cuando escribiera este artículo. Sororidad en estado puro. La pista de baile era nuestra y quien quisiera gozar con el cuerpo y disfrutar de la música y la hermandad que habíamos generado, era más que bienvenida.
Seguramente no nos volvamos a ver, pero por unas horas, sentí que nos conocíamos de toda la vida y que la unión, sin duda, hace la fuerza. En este caso, la fuerza para multiplicar las buenas vibras y utilizar ese idioma universal que es la música y la danza para conectar entre todas y gritar alto y claro que la lucha, desde luego, no es entre nosotras.
- Distintas formas de contar la misma historia
Sin duda, podría haber contado la misma noche desde otra mirada muy diferente. Desahogándome porque de camino a la discoteca un tío le gritó a mi amiga “¡vaya tetas!”, o porque en la pista de baile un asqueroso me manoseó y una “manada” de tíos empezó a acosar a otras mujeres, ocupando nuestro espacio de manera violenta e intrusiva. O que en el camino a mi casa, que dista a escasos 900 m. de la discoteca, tres tíos, tres y no uno, ni dos, me estuvieron acosando en distintos momentos y puntos del camino con la intención de “acompañarme a casa” mientras según ellos “me daban conversación” y de los que tuve que zafarme como buenamente pude. Lo típico de una noche de fiesta cualquiera vaya, algo a lo que lamentablemente todas estamos acostumbradas.
Pero no, no es lo que me pedía el cuerpo y, desde luego, no es como la noche merece ser recordada. Porque amigas, en esta época en la que vivimos no podemos permitirles ganar. Ni apropiarse de nuestras noches, ni de nuestros espacios, ni de nuestros cuerpos, ni de nuestros relatos. Y para que eso suceda, para que una “noche de fiesta cualquiera” sea como la que yo he contado aquí, tendremos que hacerlo juntas.
Y he aquí este pequeño homenaje a todas las mujeres que me acompañaron esa noche mágica y que, espero, sirva de inspiración para otras muchas noches y momentos que están por venir.
Así es que amigas este verano os invito, más que nunca, a defender a golpe de bailes, risas y “playbacks”, la sororidad entre todas nosotras, porque estoy convencida de que, con la canción adecuada, ese sentimiento de hermandad siempre acaba imponiéndose.
«Si no se puede bailar, tu revolución no me interesa» – Emma Goldman