Emigración en el mediterráneo

Palabras y revulsivos

Quedan todavía en mi mente determinados mensajes que en la pasada campaña electoral de la Comunidad de Madrid se lanzaron a los cuatro vientos con inusitada ferocidad. Una de esas proclamas, tan falsa como repetida machaconamente, se refería a los menas. ¿De qué o de quién se trata? ¿De una tribu urbana? ¿De un grupo terrorista? Nada de eso. Quienes utilizaron en la campaña esa palabra neológica -con intereses espurios, cuando no perversos- se referían a personas extranjeras, menores de 18 años que proceden de un Estado ajeno al régimen de libre circulación en la Unión Europea y no se hallan tutelados por ninguna persona adulta.

La palabra mena (menores extranjeros no acompañados) como afirma el escritor y periodista Álex Grijelmo “esconde una de las más escandalosas manipulaciones del lenguaje de los últimos años, pero a la vez constituye un termómetro que permite evaluar la catadura moral o religiosa (cada cual escoja) de quienes la utilizan con ánimo perverso. (…) En las palabras que forman la sigla mena ni siquiera aparecen “niño”, “adolescente” o “muchacho”. Solamente “menor”, adjetivo sin sustancia propia que se usa para comparar dos términos. “Menor de edad no acompañado” constituye, en fin, una fórmula deshumanizadora: ninguna de sus palabras transmite por sí misma que se trata de personas”. Los ‘menas’ son niños | Ideas | EL PAÍS (elpais.com)

Si a todo ello, como nos recuerda el citado escritor, añadimos que, desde determinados sectores, se relaciona a este colectivo de menores de edad con la delincuencia o el despilfarro estatal para atenderles, lograremos “un combinado explosivo contra los seres más indefensos de la Tierra, los niños que están fuera de su país, sin padres, sin dinero, sin ternura”.

Las palabras importan, una afirmación que muchas veces hemos repetido y pocas veces nos tomamos en serio. La palabra mena, últimamente, se está utilizando sin pudor y con un tono despreciativo que enciende las alarmas al cosificar a las personas menores de edad, en situaciones de extrema vulnerabilidad, convirtiéndolas en menas.

¿Qué revulsivo necesitamos para abrir los ojos ante una realidad tan cruel e inhumana como la que tienen ante sí, desde su más tierna infancia, esas personas condenadas a la incertidumbre y al desamparo? Esa es la realidad que estamos viendo estos días en la nueva crisis migratoria a lo largo de la frontera entre España y Marruecos, en Ceuta y Melilla, cuyo foco está puesto, precisamente, en cientos de menores. ¿Cuál será su destino?

Mientras el goteo de personas muertas en el Mediterráneo sigue en aumento, no se vislumbran posibilidades de avanzar en el logro de una política migratoria común en la Unión Europea.  ¿Cuántos revulsivos más necesitamos para abordar las crisis migratorias centrándonos en el respeto universal de los derechos humanos?

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