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Por ser mujer en cualquier rincón del mundo


Hace tiempo que, por distintos motivos, no he escrito en este blog. Me hubiera gustado al retomarlo escribir sobre vivencias positivas: igualdad, no violencia, equidad, sueños cumplidos, pero no, el mundo, a nivel global y el más cercano, me golpea con la cruda realidad que no cesa: la violencia contra las mujeres.

Estos días Afganistán ha saltado a las primeras páginas de los medios de comunicación. Era algo que quienes conocían la evolución y el pueblo afgano ya venían pronosticando, pero parece que a los gobernantes, a los nuestros y a los de otros países, esto les ha cogido por sorpresa. Toda la población va a sufrir la injerencia y la violencia de un gobierno que condena y viola los derechos de quienes no piensan como ellos, pero principalmente esta violencia y violación la van a sufrir las mujeres.

Mujeres y niñas que han luchado por sus visibilidad y empoderamiento a lo largo de estos últimos veinte años y que ahora serán nuevamente invisibilizadas, forzadas al encarcelamiento, de sus casas y del burka, se verán obligadas a mirar el mundo el que ellos, todos varones, les dejen ver a través de esa tela tamizada. Estos días hemos visto las imágenes de la población de Afganistán invadiendo el aeropuerto de Kabul. Muchas de estas personas corren y se encaraman en el avión, ninguna mujer, a pesar de ser ellas las más vulnerables.

Llevo ya muchos meses en el Mediterráneo, en la playa. Escribo desde un lugar donde muchos madrileños huyen de la capital y vienen a disfrutar de este mar, de su brisa, de sus gentes… Para mucha de la población autóctona estos meses y el trabajo que se genera son los que les posibilita poder vivir medianamente bien a lo largo del año, cuando los veraneantes se van y la actividad queda muy reducida. Principalmente ocurre en la hostelería, pero también se resienten las empleadas de hogar, las que atienden y ayudan en las labores domésticas a quienes vienen a descansar.

Muchas de estas mujeres adquieren unas jornadas interminables, con distintos turnos en distintas casas. Hace unos días estaba esperando a Nelly, la mujer que nos ayuda en las labores de la casa durante todo el año. Venía de trabajar en otra casa donde estaba una familia veraneando. Ella no llegó y en su lugar recibí una llamada que me dejó sumamente preocupada: “Hoy no puedo ir a tu casa. Me ha pasado una cosa y no me encuentro bien”, me dijo. Su voz sonaba apurada y nerviosa. La inste a que me contara qué había pasado. Me dijo que lo haría personalmente, en ese momento no podía. Su hija también trabaja en la urbanización y le pregunté que le había pasado a su madre. La contestación fue igual: “Ella te lo contara”. También la noté apurada, triste, malhumorada… Finalmente, a los dos días, pude hablar con Nelly, no personalmente porque no quiere volver por la urbanización; fue por teléfono. Me contó lo que había pasado. La familia donde estaba limpiando: la madre, algunos de los hijos, el marido… se habían bajado a la playa. En la casa sólo había quedado un hijo, aproximadamente de 35 años. Mientras ella estaba en el salón, él se desnudó y detrás de ella, se masturbaba. Lo pudo ver a través de los cristales que estaba limpiando. Consternada y asustada, sin saber qué hacer, se fue a la cocina, cambio de espacio. Pero allí apareció nuevamente el individuo, desnudo y sin dejar de masturbarse.

Entonces ella decidió marcharse y no volver más. Habló con la madre y le contó lo que había pasado. Ella le pidió que guardara silencio. Lo ha hecho. Ha callado. Ha dejado el trabajo, el de esa casa y todos los que tenía, y eran varios, en la urbanización. No ha denunciado. Tiene miedo. Siempre será su palabra contra la del “señorito” y además no quiere perjudicar a su hija y a los trabajos que realiza en los mismos espacios.

Esto sólo lo sé yo y me ha suplicado, por favor, que no lo diga a nadie. Ella ha perdido los trabajos. Ella tiene miedo. Ella pasó mucho miedo… Él queda impune, nadie lo sabe. ¿Sería la primera vez que lo hacía, que intimidaba y violentaba a una mujer? ¿Será la última que lo haga? Con estas reflexiones, recuerdo aquel eslogan de Manos Unidas: «Tu silencio te hace cómplice». ¿Y si denuncio y perjudico aún más a esta mujer y a su hija que viven de su
trabajo?


Mientras tanto, me vienen imágenes de muchas mujeres: las afganas, las haitianas, las de mi Mediterráneo… Mujeres, siempre las más violentadas, siempre las más pobres, las más vulnerables… sólo por el hecho de ser mujer. Y esto en cualquier rincón del mundo.

Autoría

  • Charo Mármol

    Soy comunicadora de profesión. Felizmente jubilada del trabajo reglado, pero no del oficio de comunicar y denunciar las injusticias sociales. Utópica empedernida me encanta dar a conocer las pequeñas luces que surgen en todas partes y nos ayudan a creer en ese otro mundo posible