El voluntariado no tiene precio
No tenía ni 14 años cuando acompañaba a las Hermanas Franciscanas del Suburbio al vertedero de la China, en Madrid, allí repartíamos ropa y comida para unas personas que se hacinaban en míseras chabolas y se surtían de lo que encontraban en el basurero.
En esta misma etapa me recuerdo yendo en unas navidades al Cotolengo del Padre Alegre. De esto hace más de 50 años, pero aún recuerdo la impresión que me causaron aquellas mujeres enfermas todas, la mayoría enfermas mentales, desechadas de la sociedad, ni tan siquiera en los servicios públicos habían tenido acogida y, aquellas mojas, sencillas mujeres, las habían recogido allí y las atendían con la ayuda de las voluntarias.
Empecé a estudiar porque quería ser Trabajadora Social y ayudar a las personas que más lo necesitaban. Luego cambiaría mi rumbo y haría Publicidad y Relaciones Públicas, pero esa es otra historia. Al mismo tiempo colaboraba, junto con mis amigas y amigos de la parroquia, con la Fraternidad Católica de Enfermos: la Frater. Un domingo al mes nos reuníamos, comida incluida, con hombres, mujeres y niños, casi todos en sillas de ruedas. Normalmente no podían salir a la calle. Los recogíamos en su casa y al finalizar la convivencia los volvíamos a dejar en ella hasta el próximo mes. A lo largo del mes si nos necesitaban los acompañábamos al médico o a alguna gestión que necesitaran.
Durante años tuve que compaginar el trabajo y los estudios y estas actividades se redujeron un poco. Al finalizar la carrera, decidí poner mis conocimientos de comunicación al servicio de los más pobres y excluidos. Así llegué a Manos Unidas, a su departamento de Comunicación en los Servicios Centrales. Después de dos años como voluntaria pasé a dedicarme en cuerpo y alma a este trabajo y cuando digo en cuerpo y alma, es que ya no sólo era voluntaria, sino que pasó también a ser mi trabajo remunerado. Manos Unidas es una organización que siempre se ha caracterizado por su voluntariado, totalmente empeñado en la tarea de ayudar a los países del sur. En Manos Unidas se recaudaba mucho dinero, y muy poco se quedaba en la estructura de la organización porque la mayoría, la inmensa mayoría eran voluntarios y quienes no lo éramos, teníamos unos sueldos sencillos, que nos daban para vivir, pero dábamos muchas horas en nuestra tarea y yo, también aquí, me sentí haciendo un voluntariado.
Comencé a colaborar con otras ONG, fundaciones, asociaciones…a las que asesoraba y ayudaba en el tema de la comunicación: había que hacerlo bien pero también hacerlo saber y en eso intenté aportar mi granito de arena. Y esto lo hice desde la gratuidad
Unos años importantes han sido los diez que estuve de directora de la revista alandar. Fui directora, secretaria, mujer de la limpieza y chica de los recados… porque en alandar trabajé mucho y cobraba poco, muy poco. Porque apenas teníamos nada. (Este mes la revista ha bajado su persiana y ha cerrado, pero esto lo contaré en otro momento). Me encontré trabajando con un fabuloso equipo de hombres y mujeres que, desde la gratuidad, aportaban su conocimiento y su buen hacer para que esta revista pudiera acudir a la cita mensual con sus lectores.
Estando en alandar, fui a hacer un reportaje al Centro de Día de la Fundación Luz Casanova y también una entrevista a una mujer maltratada de las que habían atendido en el Centro. Desde el primer momento me quedé prendada del buen trabajo que hacían. Me sorprendió lo poco que se conocía de este buen hacer, y me propuse regresar cuando tuviera algo de tiempo para formar parte de ese equipo y colaborar desde la comunicación.
Hace ya más de siete años que llamé a las puertas de la Fundación para ofrecerme y trabajar para dar a conocer lo que se hace calladamente. Durante estos años hemos hecho muchas cosas: formamos un equipo de Comunicación, todas voluntarias, entrevistamos a usuarios del Centro de Día, a mujeres víctimas de la violencia machista, hicimos distintos vídeos y algunas campañas animando a colaborar con la fundación. Hicimos una web y nos movimos por las redes. Aún queda mucho por hacer y aquí seguimos, trabajando e intentando lograr lo que todas y todos deberíamos tener: un lugar digno donde poder vivir y un mundo sin violencia contra la mujer, esa que se ejerce por el simple hecho de serlo.
Quizás ahora soy más consciente que nunca de que el voluntariado ha sido un eje transversal en mi vida. Creo que he dado mucho tiempo de mis ya largos años: he puesto al servicio de los demás mi conocimiento, mi tiempo, muchas veces también mi dinero… pero puesto en una balanza tengo que decir, no es una frase bonita, que yo he recibido mucho más: a lo largo de estos años en los distintos ámbitos por los que he pasado, he podido conocer a gente maravillosa, muchas siguen siendo mis amigas, me han enseñado lo importante de la vida: el compartir, el hacer camino con otros… He aprendido de la fragilidad de la vida (algo de lo que este virus nos ha enseñado mucho) he visto como periodistas, corresponsales internaciones de la radiotelevisión pública, por un mal revés de la vida, acababan en la calle; como una mujer española psicóloga o abogada, no sólo las empleadas de hogar y emigrantes, eran víctimas de la violencia machista; he visto como una catástrofe de la naturaleza te podía dejar en la calle….He visto la pobreza y la violencia en primera línea, aquí y en los países del Sur. He aprendido a valorar todo lo que tengo: el agua que brota del grifo, la luz que tengo sólo con darle al interruptor, la cama caliente, el plato de comida… esas pequeñas cosas que tenemos a nuestro lado y que a veces tan poco valoramos.
Creo que el voluntariado y las personas que he tenido la suerte de conocer a través de él me han ayudado a ser feliz en mi vida. ¿Esto tiene precio?