Mariposas en el estómago
La última entrada que hice en este blog y que titulé “Mayor si, tonta no” ha tenido una respuesta superior a otros escritos. Muchas mujeres me han contestado por distintos medios: Facebook, wasaps, correo… identificándose con el escrito y diciendo: “A mí también me ha pasado…”. Me hubiera gustado que no fuese así, porque de esa manera podríamos pensar que lo que denunciaba era algo que sólo me pasaba a mí, pero no, no es así. El ninguneo que sufrimos las mujeres mayores es algo generalizado, desgraciadamente. Pero hoy no voy a hablar de los acontecimientos sino de los sentimientos de las personas maduras, mayores, viejas…. sigan Vds. poniendo los adjetivos que quieran.
Pocas cosas nos ha dejado esta pandemia que podamos considerar positivas, pocas. Sin embargo, yo he tenido dos acontecimientos que me han alegrado y mucho. Ya comentaba que unos días antes del confinamiento me trasladé a la costa mediterránea, donde aún sigo y creo que por tiempo. Pues bien, durante todo este tiempo, muchas personas, muchas de nosotras ya entradas en años, al atardecer o por la mañana temprano, damos grandes paseos por la orilla del mar. Con el tiempo vamos haciendo relaciones. Nos saludamos, nos preguntamos por la salud, por cómo hemos pasado el día… Entre los que paseaban estaba un vecino. Le vamos a llamar José. José ya ha pasado los 70. Había sufrido el coronavirus, paseaba solo. Volvía del pueblo cercano con su bolsa de la compra. Sólo. Otro de los grupos con los que me cruzaba estaba formado por dos parejas mayores y dos mujeres, una con su perro y otra sola. A esta última vamos a llamarla Julia. Julia también supera los 70. Un día a finales de mayo, vimos pasear juntos a José y Julia. Iban uno al lado del otro, charlando. Podían ser buenos amigos, sin más … pero no. Un día Julia le comentó a una amiga común que se había enamorado, que sentía mariposas en el estómago cuando, sin querer, paseando con José sus manos y sus brazos se rozaban. Sentía un poco de vergüenza por experimentar estos sentimientos a su edad, cuando pareciera estar reservados para la gente más joven. Nada más lejos de la realidad. José y Julia han vencido los primeros reparos a ser vistos y, quizás, criticados por los vecinos. Hoy pasean de la mano, se sientan juntos a ver atardecer, y se visitan en sus casas, una muy cerca una de la otra. El rostro de los dos habla de esperanza y felicidad.
La otra alegría de esta pandemia fue cuando al final del invierno, una buena amiga, ya cerca de los 65, me dijo que se casaba. Su pareja tiene su misma edad. Llevaban unos años de relación, un poco en la distancia. Ella en Madrid, él, en un pueblo de Castilla. La pandemia les obligó a compartir más tiempo juntos y decidieron rubricarlo de manera formal. En la invitación a la boda decían: “Nos casamos porque nos queremos y porque queremos… Es un acto que no nos reporta bienes materiales. Y tampoco teníamos necesidad, en sentido estricto, de formalizar nuestra relación. Pero el caso es que hemos decidido certificar públicamente nuestro compromiso privado, darle entidad social a nuestro amor mutuo, ante el estado y ante vosotros…” Los dos tienen hijos de matrimonios anteriores, él nietos… Forman una gran familia. Sólo por respeto hacia ellos no comparto las fotos de la boda donde los dos, también quienes les acompañaron, tienen una alegría y felicidad nada envidiable a aquellas parejas jóvenes que comienzan enamorados e ilusionados un proyecto juntos.
Para no alargarme más, dejo para otro momento el caso de la sobrina de mi tía. Enamorada, con muchas mariposas en el estómago, a una edad madura de una mujer mayor que ella con la que comparte camino desde hace ya más de 23 años, con la alegría de vivir esta etapa de la vida queriendo y sintiéndose querida, que viene a ser más o menos que sentirse VIVA.
Y acabo, las personas mayores, y ahora hablo de las mujeres, no solo no somos tontas, sino que tenemos una gran capacidad de amar, enamorarnos y adueñarnos de las mariposas que pululan a nuestro alrededor.
Mayores si, tontas no y amando siempre.